La guitarra, como todo, es producto de su historia.
Conceptualmente es el instrumento de cuerda perfecto; usa las propiedades armónicas de las cuerdas, las amplifica en su caja de resonancia y da un sonido muy rico y complejo. Se usa con las dos manos; cada una de ellas hace un trabajo diferente pero coordinado. La izquierda (en los diestros) se encarga de seleccionar las distancias que determinan el tono de las notas del conjunto armónico, mientras que la derecha ejecuta una amplia variedad de perturbaciones a cada cuerda, pone el ritmo y la cadencia.
Recordemos que la guitarra era un instrumento de rasgado de cuatro cuerdas, más barato que un cencerro y que cualquiera podía tocar.
El drama vino con las incorporaciones de la quinta y sexta cuerda y no renunciar a ser lo que era: un instrumento de rasgado. El rasgado consiste en tocar todas las cuerdas al unísono, como tocaría el mismísimo Capitán Hook si en el garfio le colocamos una púa: un instrumento adecuado para mancos de la mano derecha que rasgan de arriba abajo sin consideración alguna a la armonía.
Y es obvio que, si una tétrada tiene cuatro notas y rasgando se tocan seis, y no digamos una tríada…
Cuatro cuerdas es el número de cuerdas adecuado para el rasgado, y aún así tendríamos problema con la cuerda “suelta” en las tríadas. Los acordes deberán estar de tal forma que la cuerda al aire coincida con una de las tres notas, si no es así, el sonido no se corresponderá a ningún acorde y sonará ruido.
Subiendo el número de cuerdas y manteniendo la naturaleza de rasgado el problema para diseñar acordes que no sean todos disonantes, simplemente no tiene solución. Además, hay otro problema de diseño que los que pusieron más cuerdas no parece ser que consideraran: tenemos cuatro dedos para seis cuerdas. Poner más cuerdas sin que crezcan más dedos, no es una buena idea.
Además, la guitarra era un instrumento barato y popular, no era una vihuela de concierto, por lo que cualquier parche o remedo, aunque no fuera perfecto servía. Esto fue hace más de trescientos años.
Así que se pusieron a buscar combinaciones de posturas de forma que se redujeran al mínimo el número de cuerdas malsonantes, buscando una afinación extraña, donde las 4 cuerdas más graves van con una afinación y las otras dos, con otra.
Al haber más cuerdas que dedos, el control sobre las cuerdas “al aire” se convirtió en vital. Una “cuerda al aire” es un concepto sin sentido musicalmente hablando, es una cuerda anárquica para la que no nos quedan dedos. Y hay dos. Así que se sacrificó la facilidad de manejo, haciendo verdaderas contorsiones manuales para tratar de controlar las seis cuerdas con los cuatro dedos. El uso de la “cejilla” devino en fundamental.
La cejilla sacrifica un dedo, seleccionando aquel traste donde tres cuerdas estén en el acorde, lo que no siempre existe. A veces, no hay manera de rendir a las dos cuerdas sueltas. Otras veces, una y otras se logra que las seis cuerdas vibren en las tres o cuatro notas del acorde.
Lo que ha pasado son dos cosas: la primera es que la guitarra tiene un sonido “sucio”, con acordes necesariamente disonantes; la segunda es que se ha sacrificado la riqueza de octavas para encontrar un acorde.
Que sea un instrumento endiabladamente difícil de tocar, con más de 165 posiciones contorsionistas, para su completo dominio, ha servido para sacarlo del ámbito popular cuando cualquiera la tocaba para convertirse en un instrumento para profesionales que pueden vivir de ello. La guitarra no es, hasta el día de hoy, un instrumento que cualquiera pueda tocar con pocas instrucciones, como lo era en su origen y fue lo que la popularizó.
Y todo por no renunciar a ser un instrumento de “rasgueo” adecuado para mancos de la mano derecha, con muñón en forma de púa y que suena mal.
Cuando en las tablas de acordes aparece una “X” indicando que la quinta cuerda en ese acorde no se debe tocar nos encontramos ante una disyuntiva: o renunciamos al rasgado o a la armonía. La solución que dan los que comen de esto es: “es que la guitarra suena así”. O sea, la guitarra es un mal instrumento incapaz de dar acordes sin notas que distorsionen.
Pues no.
La guitarra puede sonar igual que un gran piano, con la misma limpieza, claridad y brillantez. A nadie se le ocurre tocar teclas de más porque le “sobren dedos”.
La guitarra, a partir de la quinta cuerda dejó de ser un “instrumento de rasgado”, o sea, desde que se convirtió en la guitarra “española”. Lo que sucedió es que nadie se ocupó de dotar a la guitarra de un conjunto de posiciones adecuado para tocar con precisión y facilidad los acordes de tríadas y tétradas que construyen la música occidental.
Hasta hoy.
La primera consideración a hacer es que la mano derecha tiene dedos, y se deben usar los dedos. Si tienes un muñón no puedes usar este método. No se tocan más cuerdas que las que se necesitan para el acorde. Dos si se trata de un intervalo, tres de una tríada o cuatro de una tétrada. Igual que un piano, por ejemplo.
La riqueza que le da al instrumento una buena ejecutoria de la mano derecha es fundamental. Pensemos que, en un solo acorde de tétrada, podemos ejecutar:
1 tétrada
4 tríadas
6 intervalos
4 notas
Todos ellos consonantes porque todas sus notas pertenecen al acorde. La musicalidad es inmensa.
No solo eso.
En una guitarra típica de 22 trastes y seis cuerdas nos caben 3 acordes de tétradas en vertical y 20 en horizontal. Es decir, nada menos que 60 notas musicales, nada menos que 5 octavas completas.
Y una facilidad de uso máxima. Solo se deben conocer dos cosas: la postura de cada acorde, una postura que, para una afinación de cuartas completa, es totalmente ergonómica, y dónde está la nota fundamental.
Además, nos permitimos el lujo de asignar a cada dedo de la mano izquierda un papel fijo: el índice será el encargado de seleccionar entre las dos terceras, el corazón pulsa sobre la quinta justa, el anular es el que marca la fundamental y, en caso de ser una tétrada, es el meñique el que se encarga de las dos séptimas.
Saber en cada momento que nota es la que se pulsa es clave. Por ejemplo, al atacar un nuevo acorde el primer sonido que se escuche debe contener necesariamente la fundamental. Si no es así, suena mal.
Además, al tratarse de sistemas simétricos se dan ventajas de incalculable valor, como la propiedad de los acordes gemelos, o como moviendo un solo dedo, cambiamos de acorde. Lo que es clave para ejecutar piezas donde se dan cambios muy rápidos. Al apoyarnos en esta facilidad, nos proporciona un tiempo fundamental para atacar el subsiguiente acorde.
Las posibilidades que se dan con este método no las alcanza el conjunto de posiciones para el rasgueo. Que debería desecharse de plano al no asegurar acordes no disonantes.
La guitarra es para personas con dos manos y una cabeza. Aunque también la pueden usar descerebrados con una mano y un muñón, mal, eso sí.
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