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Kanishka convoca el Cuarto Concilio Buddhista para rediseñar una idea de Buddhismo que le resultara conveniente. Aunque inicialmente se basaría en los postulados de la Escuela Sarvāstivāda, permitirá que otras corrientes aporten sus diferentes visiones con el fin de llegar a un consenso en la interpretación de un gran corpus de textos. Uno de los protagonistas de este concilio será Ashvaghosa que aportará, entre otras, su obra épica el Buddhacarita.
Como Constantino evidencia en el vecino imperio Kushān de Vasudeva II, el consenso inicial termina llevando al disenso y de ahí a la división, la ruptura y la decadencia del constructo. Constantino no estará dispuesto a eso, de forma que, en su momento, apoyará exclusivamente a la corriente mayoritaria, sea la que sea, persiguiendo a cualquier otra. Por otro lado, no parte de un corpus doctrinal con diferentes perspectivas ni tampoco de un protagonista.
Constantino ordenará la creación de esas diferentes doctrinas, ideas y perspectivas a un reducido grupo de redactores para que sean presentadas como ponencia en el futuro Concilio y en él que sean los epíscopes, nombrados al efecto, quienes decanten la doctrina que resulte mayoritaria, que pasará a ser la oficial y las demás, heréticas. Para Constantino lo fundamental será definir la idea que defina al «pueblo», asamblea o iglesia, y lo secundario, el personaje. El «antipueblo», será posteriormente definido como lo antagonista del «pueblo».
De esta forma, se construirá una inmensa novela coral, por la que desfilarán personajes con sus obras, ideas y posturas, los llamados «Padres de la Iglesia». Pero además, lugares y localizaciones necesarias para la obra. En ambos casos, se tiende a crear tanto a los personajes como a los lugares, porque de esa forma se evitará la aparición de tesis encontradas ni nativos que desmientan los relatos. En alguna contada ocasión se recurrirá a la interpolación en alguna determinada obra de algún autor real, con el consiguiente riesgo.
Este esquema resulta útil a la hora de retirar teorías minoritarias simplemente con “acusar” al personaje de “hereje”, descartando así su obra. Al final, los aprobados pasarán a ser “santos” y los demás, “condenados”.
En este esquema, donde un reducido número de redactores elabora un gran conjunto de personajes y localizaciones, será, como veremos, muy fácil identificar a los autores reales.
Empezaremos con la palabra «Nazaret». Es una palabra nueva, como veremos, a la que seguiremos la pista para dar con su autor.
Cuando se habla de Jesús de «Nazaret» o de Jesús «nazareno», le estamos aplicando su gentilicio, es decir “el que proviene de la ciudad de Nazaret”.
La ciudad de Nazaret se nombra once veces en el Evangelio de San Lucas:
Al sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret.
Seis veces en el de Marcos:
Y sucedió que por aquellos días llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán.
Tres veces en el de Mateo:
José se levantó, tomó al niño y a su madre, y entró en la tierra de Israel.
Pero al saber que Arquelao reinaba en Judea, en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí y, advertido en sueños, se retiró a la región de Galilea, donde se estableció en una ciudad llamada Nazaret. Así se cumplió lo que había sido anunciado por los profetas: Será llamado Nazareno.
Y cinco en el de Juan:
Natanael le dijo: ¿De Nazaret puede salir algo de bueno?
Situada al norte del país y a unos 40 km del lago de Tiberiades, en la región de Galilea, Nazaret actualmente es la mayor ciudad árabe de Israel, con una población de 70.000 personas entre musulmanes y cristianos. Siempre fue una de las ciudades emblemáticas del cristianismo. Actualmente, las propiedades franciscanas abarcan la mayoría de la antigua aldea.
Las excavaciones arqueológicas han revelado poco, solo tumbas de la Edad de Bronce Medio (2100-1550 aEC), silos de la Edad del Hierro (1200-586 aEC) y restos agrícolas tales como partes de prensas de aceite de oliva y vino, cisternas, y agujeros para tinajas de almacenamiento de época posterior. Pero será una serie de capiteles representando escenas de la vida de los Apóstoles pertenecientes a la época de la cruzadas, el hallazgo más notable. Hoy en día, Nazaret se ha convertido en un parque temático del gusto católico donde miles de turistas religiosos van con la intención de contemplar la ciudad del mismo Jesús.
Desde que Helena Constantina construyera una iglesia a las afueras de la aldea de Yafa y al conjunto le llamara «Nazaret», el enclave pasó por varias vicisitudes. Con la invasión musulmana y las cruzadas, Nazaret se vio envuelta en las guerras de religión medievales, hasta que en el año 1263, el sultán Baibars destruyó la aldea y toda la comarca. Así se mantuvo hasta el año 1620, cuando la hermandad de los franciscanos llegó a un acuerdo con el sultán Fakhr Adín II, emir de Líbano y en 1730, construyeron una iglesia que cubría la entrada a la gruta.
En 1955, debido a su estado ruinoso, se demolió para construir una basílica, hecho que fue aprovechado para que empezara a investigar la arqueología moderna en busca de los restos de la Nazaret de la época de Cristo. Entre 1955 y 1960 se sucedieron una serie de excavaciones dirigidas por el padre franciscano Bellarmino Bagatti, debajo de los restos de su propia iglesia, y terrenos de alrededor.
Se descubrieron numerosas cuevas, algunas con señas de haber sido bastante usadas, durante siglos. La mayoría son tumbas, muchas de la Edad de Bronce. Otras fueron adaptadas como cisternas para agua, como depósitos de aceite, o silos para grano. También encontró en una piedra de los cimientos de la iglesia una inscripción tallada en la misma que decía: “Ave María”. Esta inscripción nunca fue datada en realidad, a pesar de que Bagatti la achacara al culto de María desde los primeros años del cristianismo, pero recordemos que la fecha de la construcción de dicha iglesia es 1730.
A pesar de haber encontrado exclusivamente sepulturas y restos agrícolas, Bagatti no tuvo el pudor de afirmar que “Nazaret fue una pequeña aldea agrícola, compuesta por unas pocas docenas de familias”. A pesar de no haber encontrado prueba alguna de la existencia de población alguna, declaró también: “Hemos encontrado la aldea de Jesús, María y José”. Así se asentó la idea inducida de que Nazaret había existido realmente en tiempos de Cristo, de que se habían encontrado pruebas. Los franciscanos prohibieron cualquier tipo de investigación.
En noviembre de 1996, los arqueólogos franciscanos Pfann, Voss y Rapuano, del Centro para el Estudio de la Antigüedad Cristiana de la Escuela Franciscana de Teología, excavaron en las terrazas agrícolas en los terrenos del Hospital de Nazaret, encontrando una antigua prensa para vinos de datación ambigua, restos de tiestos de barro en la superficie de las terrazas, de diversas épocas, algunas de ellas atribuidas al periodo romano antiguo del siglo IV y V. Entre febrero y mayo de 1997, Pfann y su equipo investigaron en varios sondeos sobre dos zonas distintas de las terrazas del Hospital de Nazaret, llegando a la sorprendente conclusión de que podían delimitar el perímetro de la antigua aldea de principios de la Era Común, encontrando lo que según estos investigadores eran restos de los años de vida de Jesús e hicieron la siguiente declaración. “Nazaret era diminuta, con dos o tres clanes viviendo en 35 casas sobre un área de 2,5 hectáreas”.
El motivo de esta segunda excavación era el sondeo obligatorio del terreno a raíz de la construcción en ese lugar del parque temático llamado “Villa Jesús de Nazaret” que sería una recreación de la vida de Jesús en su juventud con narradores, actores vestido de época y dotado de un museo y un centro de interpretación a las afueras de Nazaret, a unos dos kilómetros del casco urbano al suroeste. Detrás de la construcción está el consorcio llamado “Miracle of Nazareth International Foundation” dependiente de la Universidad de Tierra Santa, con una inversión de 60 millones de dólares . La fundación está patrocinada por relevantes personalidades estadounidenses.
Esta excavación puso al descubierto restos de torres de vigilancia y almacenaje agrícola, terrazas de cultivo, restos de cerámica y monedas que supuestamente corresponderían al siglo I. Sin embargo, la publicación de este informe se retrasó intencionadamente a la espera de que René Salm publicara su libro “El mito de Nazaret”, donde pondrá de manifiesto las tergiversaciones en las anteriores investigaciones de Pfann y su equipo, así como las del padre Bagatti, con el fin de evitar que se incluyera la refutación de este informe en el libro.
Para zanjar toda controversia, la Autoridad de Antigüedades de Israel, realiza otro análisis en el que el resultado es que los restos de las torres son indatables, los restos de cerámica parecen ser de entre los siglos segundo a cuarto, los restos de monedas son de la época bizantina y tachan el informe arqueológico de Pfann de “tendencioso y lleno de ambigüedades e intereses”.
Más excavaciones tuvieron lugar por diversos equipos ingleses e israelitas por diversos puntos de la ciudad y o no encontraron nada o bien solo encontraron los restos de la antigua necrópolis que se encontraba debajo del casco antiguo de la ciudad, de tal modo que las autoridades de la ciudad prohibieron realizar más prospecciones a tenor de solo encontrar sepulturas que no aportan nada interesante a lo ya sabido.
Resumiendo, no hay restos arqueológicos, que sería la prueba científica que demostrase haber existido «Nazaret» en esa época, con su sinagoga, tal como refieren los Evangelios.
Tampoco en los textos se halla constancia alguna de la existencia de «Nazaret» antes del siglo IV, nadie parece conocerla, nadie la nombra, nadie la cita.
«Nazaret» no se menciona ni una sola vez en el Antiguo Testamento. El Libro de Josué en el establecimiento de la tribu de Zebulón en esa área, enumera doce poblaciones y seis aldeas, pero ninguna con el nombre «Nazaret». Los rabinos Maná y Yossi que redactaron el Talmud de Jerusalén hacia el año 400, donde enumeran al menos sesenta y tres poblaciones galileas, no saben nada de «Nazaret». Tampoco figura en la literatura rabínica antigua. Ningún antiguo historiador o geógrafo menciona la palabra «Nazaret».
Flavio Josefo en sus historias escribe profusamente acerca de Galilea, que solo ocupa un área de 2.500 km2, de donde era oriundo.
Durante la Primera Guerra Judía, en el año 60, Josefo dirigió una campaña militar a través de esta pequeña provincia. Menciona cuarenta y cinco ciudades y aldeas, pero «Nazaret» tampoco aparece, considerando que el propio Josefo era de Yafa, la aldea a dos de kilómetros de la supuesta «Nazaret» y que allí mismo hubo una enorme batalla descrita por el mismo Josefo.
Tampoco aparece la palabra «Nazaret» en el manuscrito del año 333, llamado “Itinerarium Burdingalense”, una especie de guía de viajes desde Burdeos a Jerusalén con ciudades, distancias, y comentarios adicionales.
Para hallar las primeras referencias a la palabra «Nazaret» debemos irnos a la época del emperador Constantino. El emperador que amaba a su madre Helena, concubina repudiada de su padre Constancio I Cloro, la resarció nombrándola Augusta. En el año 313, con un presupuesto ilimitado la envió a Palestina a fijar los lugares donde transcurrieron los Evangelios. Al no encontrar ninguno, se los fue inventando: el monte Calvario, el Santo Sepulcro, «Nazaret» con el sitio de la Anunciación, el pesebre de Belén. Incluso descubrió tres trozos de “la auténtica cruz de Cristo” y ordenó la construcción de iglesias en los lugares que ella iba determinando como santos.
Es decir, la ubicación del actual Nazaret es producto de la «iluminación del Señor» a Helena Constantina, que la llevó a descubrir la gruta de la Anunciación.
La misión de Helena fue montar los decorados donde supuestamente habría sucedido la trama, dejándolos preparados para la futura recepción de turistas religiosos.
Es decir, Helena Constantina importó el término «Nazaret» en el 313. Esto significa que para esa fecha ya estaban escritos los cuatro Evangelios y que ella tuvo acceso privilegiado a ellos.
Los Evangelios, dentro de esta gran novela coral, son obras sueltas sin autor descrito. Igual que con «Nazaret» no hay noticias de Marcos, ni de Lucas y de Mateo y Juan, las referencias son la misma obra. Como vimos, estaban construidos para ser aprobados o rechazados, y estos cuatro serán finalmente aprobados por los epíscopes.
Ahora sigamos la pista de la palabra «Nazaret» en los autores “cristianos”.
Las primeras referencias “cristianas” son de Sexto Julio Africano, fechadas alrededor del año 221, de Orígenes (c. 185-254), denominando la ciudad como «Nazar» y «Nazaret» y, finalmente, Eusebio de Cesarea que hace referencia al asentamiento de Nazara (c. 275-339). Existe también evidencia epigráfica en la sinagoga de Cesárea Marítima sobre Nazaret pero ya datada en el siglo IV.
Ahora vamos a analizar a estos autores, para determinar si, como los evangelistas, son personas o personajes.
Sexto Julio Africano, es como los evangelistas, carece de biografía. De él solo se comenta que entabló cierta amistad con Orígenes y que según la tradición fue obispo de Emaús. Supuestamente murió en Jerusalén hacia el año 240. Su Chronographiai, un obra que consta de cinco volúmenes escritos en griego, es la primera historia sincrónica del pueblo griego y judío desde la fecha de la Creación hasta la época del emperador hasta el 221. Lo que se conserva de estos libros es lo que recoge Eusebio de Cesarea.
La biografía de Orígenes fue escrita por el historiador eclesiástico Eusebio de Cesarea. Eusebio declaró que el padre de Orígenes, Leónides, fue martirizado en la persecución de 202, por lo que Orígenes tuvo que mantener a su madre y seis hermanos menores. Al principio vivía en la casa de una mujer rica. Luego ganó dinero enseñando gramática y vivió una vida de ascetismo extenuante. Eusebio añadió que era alumno de Clemente de Alejandría, a quien sucedió como jefe de la escuela de catequesis bajo la autoridad del obispo Demetrio. Eusebio alegó que Orígenes, cuando era joven, se castró para trabajar en la instrucción de las catecúmenas. Este punto de exageración provocó un rechazo unánime. El relato de Eusebio sobre la vida de Orígenes, además, tiene todos los adornos de las leyendas de los santos.
Si la ortodoxia fuera una cuestión de intención, ningún teólogo podría ser más ortodoxo que Orígenes. La influencia de su exégesis bíblica e ideales ascéticos es difícil de sobreestimar; sus comentarios fueron plagiados libremente por exégetas posteriores, tanto orientales como occidentales, y él es una mente seminal para los inicios del monacato. Sin embargo, ha sido acusado de muchas herejías.
La oposición hacia él creció de manera constante. A pesar de que Orígenes tenía sus defensores de la talla de Eusebio de Cesarea y de Atanasio, obispo de Alejandría, en Oriente la causa de Orígenes sufrió la influencia permanente del ataque de Epifanio. En el siglo VI la comunidad monástica palestina “nueva Laura” (comunidad monástica) se convirtió en un centro para un movimiento origenista entre la intelectualidad monástica, hospitalaria para las especulaciones sobre asuntos tales como las almas preexistentes y la salvación universal. La controversia resultante condujo a emperador bizantino Justiniano I a emitir un edicto en 543 denunciando a Orígenes. El quinto concilio ecuménico en Constantinopla en 553 lo acabó condenando.
Aquí tenemos dos ejemplos de la dinámica de la obra coral. Mientras que Sexto Julio Africano aparece como un personaje secundario sin mucho interés que no merece mayor mención biográfica, Orígenes, por el contrario, sí. A este personaje se le atribuye una gran cantidad de obra y, sobre todo, de pensamiento de su autor que, a pesar de defenderle acabó siendo condenado junto al conjunto de la obra que se le atribuye.
En ambos, el nexo en común es el mismo: Eusebio de Cesarea, que les dota no solo de la palabra «Nazaret», inexistente en la época que le sitúa y crea sus biografías y recoge sus obras. Por supuesto, igual que con «Nazaret» no hay noticias de estos dos personajes en el siglo III.
Es evidente que todas la pruebas apuntan a Eusebio de Cesarea. Éste conoció a Constantino ya en el año 294 cuando acompañaba a Diocleciano a la campaña de Egipto y llegó a ser su favorito, nada menos. Es decir, es la primera persona real en usar la palabra «Nazaret» y además se le ubica en el espacio y tiempo donde Helena Constantina recibió el listado de lugares a fijar. Nadie antes que él usó esa palabra. Es pues evidente que Eusebio de Cesarea es el autor o uno de los autores de los Evangelios.
Pero no solo eso.
Otro personaje creado por Eusebio fue Clemente de Alejandría, maestro de Orígenes en la obra coral. Según Eusebio, fue el primer miembro de la Iglesia de Alejandría en recibir notoriedad, además de ser uno de los más destacados maestros de dicha ciudad. Como personaje secundario, su biografía es escueta: nació supuestamente en una fecha incierta a mediados del siglo II y se estima que murió entre los años 215 y 216. Lo que nos queda de él es su obra, recogida, como no, por Eusebio de Cesarea y una supuesta biografía apuntada por Epifanio Escolástico de fecha muy posterior.
Como veremos más adelante, Clemente de Alejandría escribirá largo y tendido sobre el Buddha demostrando un conocimiento muy competente.
Así cerramos el círculo sobre el sospechoso: al ser Clemente un personaje de Eusebio, era el propio Eusebio quien tenía conocimiento sobre el Buddhacarita y es quien además, escribe los evangelios.
Como veremos, existe otro redactor diferente de Eusebio en el Nuevo Testamento, que es el autor de las Epístolas de San Pablo, redactadas previamente al Evangelio porque en ninguna aparece la famosa palabra «Nazaret».
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