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«La emoción más bella y profunda que podemos experimentar es la sensación de lo místico. Es la sembradora de todo arte y ciencia verdaderos. Aquel a quien esta emoción le es extraña... es como si estuviera muerto. Saber que lo que nos es impenetrable existe realmente, manifestándose como la más alta sabiduría y la más radiante belleza, que nuestras embotadas facultades sólo pueden comprender en sus formas más primitivas: este conocimiento, este sentimiento, está en el centro de la verdadera religiosidad».
Albert Einstein
Discernir lo que es verdaderamente espiritual de lo que es falso o sólo una ilusión es una tarea que los místicos abordan en todas partes, aunque difieren en el planteamiento del problema.
Los estados de arrobamiento son lo más característico de la mística. El arrobamiento, interpretado por algunas religiones como «la unión mística del alma con Dios por medio de la contemplación y el amor», no deja de pertenecer a un espectro de estados alterados de conciencia.
Para evaluar su idoneidad usaremos cuatro criterios para empezar a ir descartando.
El primero es la voluntariedad, el segundo es el origen endógeno, pseudoendógeno o exógeno de la experiencia. El tercero es la mediatización y su interpretación en base a creencias. El cuarto es su alcance.
Para ir separando empezaremos descartando enfermedades mentales como la epilepsia mística, padecida por personajes tan aparentemente dispares como Teresa de Jesús o Fiódor Dostoyevski. No son episodios voluntarios y obviamente su utilidad es dudosa.
Para el segundo criterio, la pregunta que debemos hacernos es: ¿Engancha?
La dependencia se produce al inducir el arrobamiento bien con sustancias o mediante los sentidos, incluyendo las ideaciones. Todo estado de arrobamiento que crea dependencia no se diferencia del placer sensorial. Está en el ámbito del mundo, por lo que no sirve para escapar de él y la prueba es que acaba produciendo sufrimiento, algo que es intrínseco al mundo al ser condicionad. Es decir, si engancha, no sirve. Algunos místicos no sólo sienten que han experimentado una dimensión oculta de la realidad, sino que generalmente buscan conformarse con ella.
Como ejemplo tenemos tanto a los chamanes que emplean a sustancias, como a los místicos cristianos que recurren a ideaciones mentales para alcanzar estos estados de arrobamiento.
Respecto al tercer criterio hay que considerar que cualquier mediatización de la experiencia la trunca. Se ve lo que se quiere ver y se interpreta en base a prejuicios, todos ellos pertenecientes a la esfera del lenguaje, y por tanto, la convierte en inútil para escapar del mundo. Solo puede ser válida una experiencia que sea por ella misma, contenida en ella misma y que proporcione todas las explicaciones por ella misma. Es por esto que no se puede salir del mundo por uno mismo manteniendo ideas previas.
Por último, está el criterio del alcance. Solo son útiles las experiencias que tiendan a ir más allá de todos los mundos, despreciando toda relación o unión con cualquier categoría de dioses, que fungen como adherentes que impiden el escape. Solo rebasando a todo dios se puede escapar de todos los mundos.
Estos son criterios suficientes para descartar prácticas inútiles.
Y ahora otros tres criterios, mucho más importantes…
Utilidad, objetividad y repetibilidad.
El criterio de utilidad nos dicta que el arrobamiento sea eficaz para alcanzar la sabiduría buscada y con ella se logre la liberación de la condicionalidad.
El criterio de objetividad es fundamental para su método. La experiencia debe ser la misma independientemente de quien aplique el método. Los objetivos deben ser replicables en cualquier caso.
Y, por último, el criterio de repetibilidad implica que la experiencia se puede repetir tantas veces como se quiera, es decir, estamos ante una buena herramienta.
Estos son los criterios mínimo exigibles a cualquier instrumento formal y la mística no es menos.
Mística que es misterio, no es mística.