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No se puede pretender llegar a la ética mediante la virtud, igual que una palabra no se puede regresar a la boca una vez que se ha pronunciado. La virtud no evita que surja la voz, sino que reprime el sonido para que los demás no lo oigan.
La virtud es un infierno de represión. La virtud puede resultar muy dolorosa, por eso, por el sacrificio que supone, los virtuosos se consideran merecedores de respeto, mejores que los demás y mejores que los que no se reprimen y se muestran tal como son. Es curioso. Precisamente las personas éticas tienen la autorregulación por los suelos. Son francos, directos y espontáneos, algo que irrita sobremanera a los virtuosos.
Si la simulación virtuosa no hace ética, ¿cómo se alcanza?
Si nos fijamos, la principal fuente de perturbación en las personas corrientes es la divagación desatada que sufren: un pensamiento que encadena al siguiente y así sucesivamente durante todo un día, una semana, un mes, un año… toda una vida. Esa verborrea nubla el entendimiento sacando a la víctima de la realidad presente y la transporta al pasado, al futuro, de un problema a otro. La sumerge en la ansiedad, en la depresión, en la obsesión que la impele a actuar compulsivamente, no por lógica, sino para acallar la verborrea que se convierte en una atmósfera turbia que distorsiona la realidad.
Pero no es solo eso. Hay pensamientos que despuntan instigados por perturbaciones iniciadas en la ansia de placeres sensuales que inclinan al individuo hacia su husmeo. No controla esos pensamientos en absoluto, eso es evidente. Ahora lo que le queda es, o bien reprimir la conducta a la que le arrastran, o bien, dejarse llevar. El primero es el prototipo del virtuoso atormentado y el segundo el del impenitente vicioso, al que el primero escruta con absoluto desprecio.
Entre la amplia variedad de bondades que adornan a las jhānas está el reseteo que les hace a las áreas del lenguaje lo que provoca su silenciamiento prolongado mucho más allá de la meditación. Si la verborrea no existe… ¿qué?
No hay obsesiones, ni ansiedad ni estrés ni verborrea ni nada que nuble el entendimiento. No hay futuro ni pasado y, por tanto, tampoco hay presente. El concepto del tiempo se evapora. El efecto inmediato es la parrhesía, la verdad. Para poder mentir hay que calcular, recordar y acordarse. Y con el tiempo se difumina todo eso. La memoria hace competentes mentirosos. Pero sin tiempo la memoria es inútil. Así que el individuo no se para a calcular. Dice lo que piensa, aunque al principio, considere que pueda ser muy inconveniente, pero con el tiempo verifica que decir la verdad sin pensárselo dos veces solo tiene ventajas.
La mentira es un crédito con un alto interés, que te puede arruinar. Y como no se puede ocultar el sol ni la luna ni la verdad, siempre se acaba pagando.
Este es el primer paso, imprescindible, para trabajar la erradicación de las raíces que las tendencias básicas a los factores que aferran a la existencia que, una vez erradicados dan paso a la ética perfecta y ésta a la eliminación radical del sufrimiento.
Por eso, la ética es el arte de no sufrir.
Y lo que más odian los virtuosos es a los éticos, que hacen inadvertidamente lo que a ellos les cuesta un sufrimiento inenarrable.
Si alguien te dijo que primero es la virtud y luego la meditación… ya sabes, compadécele.
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