Es una evidencia aplastante que el Dhamma del Buddha no funciona. Y digo que no funciona porque su única misión es la iluminación completa. No tiene otro. El mismo Buddha nos lo recuerda: AN 1.316-322 “Bhikkhus, así como incluso una cantidad insignificante de excremento huele mal, así yo no alabo incluso una cantidad insignificante de existencia, incluso por una fracción de segundo». El objetivo declarado es el fin de la existencia que implica el fin de volver a nacer, el final total del sufrimiento. Y ¿qué nos encontramos? Pues que no libera, que no arranca el sufrimiento de los que lo practican, que nadie se ilumina siguiéndolo y que, en realidad, solo sirve para que castas de refugiados económicos vivan a costa de devotos que no saben más que lo que aquellos les enseñan y asumen por fe. Alienados en busca de un mérito que les ate aún más a Samsara. Existe una amplísima gama de budismos que se han ido desarrollando a lo largo de dos milenios y medio, dejando muchísima literatura que puede consultarse. Cada uno de ellos con prácticas diferentes y, a veces, curiosas inventadas o copiadas de otras religiones. Pero siempre haciendo responsable al Buddha de su ocurrencia, como es el caso del Tantra, el Vipassana, el Mindfulness, el Zazen, etc. Los escasísimos casos que no se refugien en el mito y la leyenda, que se refieran a personas reales no soportan el mínimo escrutinio. Acostumbrados a no lograr nada, cuando alguien consigue el logro más básico, lo consideran un acto de santidad y lo exhiben ufanos para seguir vendiendo humo a una parroquia cuya religión real es el animismo. Llámese bön, shinto, nat worship o las ricas y variadas supersticiones asiáticas mezcladas con su propia magia negra. En Occidente su caldo de cultivo ha sido el nuevo animismo New Age, una batidora que todo lo que mezcla lo destroza… Al final, les dicen a sus devotos que el Buddha era un semidiós, que era un milagro, que era hasta… príncipe y que tenía las 32 marcas del gran hombre, lo que le convertiría en un monstruo horroroso… Todo sea evitar que el vulgo se mezcle con su dios Buda al que se adora en miles de estupas, o en miles de monasterios y en millones de rincones de las casas de sus devotos. Se pinta de oro sus estatuas para distanciar aún más a la gente humilde de cualquier aspiración a la iluminación completa. Sin objetivo para ofrecer, el clero se inventa ventajas de lo que vende. En oriente negocian con bendiciones para la prosperidad, y los mismos, en occidente ofrecen tranquilidad y reducción del estrés, como la nueva homeopatía, y mientras mantengan alienada a la gente, los poderosos de todas las épocas les cubrirán con su manto de protección. Y, como el practicante nunca logra nada que sea digno de mención, la respuesta resuena recurrente desde el remoto templo Eihei-ji: “¡Más Zazen!”. Repetir lo mismo para obtener un resultado totalmente diferente es la muestra de la racionalidad de esta gente. O sea, vemos que por muchas y variadas prácticas y doctrinas sobre lo mismo, nada de esto funciona… Teniendo establecido este punto, podríamos considerar que el problema está en la implementación del Dhamma y no en él mismo. Que exista una amplia gama de prácticas significa que lo que el Buddha enseñó no sirve, porque si sirviera ¿para qué inventar nada? Si repasamos los suttas, veremos que existe una práctica a la que el Buddha insiste una y otra vez en que sea practicada, y la llama “Samadhi” o “Jhānas”. Samadhi significa “meditación” en general y jhānas son estados alterados de conciencia que se logran mediante la concentración. ¿Las jhānas son un mito? En absoluto. El ser humano dispone de un disparador de neurotransmisores muy elegante que se basa en la concentración en las formas que la presión del aire dibuja y que son percibidas mediante la respiración. Es un hecho comprobable y muy fácil de realizar y verificar en la práctica. En entradas anteriores expongo un método fácil, rápido, seguro y eficaz para hacerlo. Usando una determinada combinación de esos neurotransmisores, que actúan en el cerebro como verdaderas drogas, se pueden alcanzar los estados de jhāna sin dificultad aparente. Entonces… ¿por qué los buddhistas no practican la meditación que el Buddha enseñó? Buena pregunta. Quizás sea porque las instrucciones que aparecen en los suttas son de todo incompletas, no erróneas, pero si incompletas, tanto que en 2600 años nadie las ha descifrado. Las instrucciones son textualmente estas: DN 22. Mahasatipatthana Sutta “Y, ¿cómo, monjes, el monje mora contemplando el cuerpo como cuerpo? He aquí, monjes, el monje va al bosque, al pie de un árbol o a una choza vacía y se sienta; habiendo cruzado las piernas, pone su cuerpo erguido y establece su atención consciente enfrente. Siempre conscientemente atento inhala y conscientemente atento exhala. Cuando hace una inhalación larga, entiende: ‘mi inhalación es larga’; o cuando hace una exhalación larga, entiende: ‘mi exhalación es larga’. Cuando hace una inhalación corta, entiende: ‘mi inhalación es corta’; o cuando hace una exhalación corta, entiende: ‘mi exhalación es corta’. Y se entrena así: ‘Voy a inhalar experimentando el cuerpo entero’; y se entrena así: ‘Voy a exhalar experimentando el cuerpo entero’. Y se entrena así: ‘Voy a inhalar calmando las formaciones corporales’; y se entrena así: ‘Voy a exhalar calmando las formaciones corporales’. Al igual que un hábil tornero o su aprendiz, al hacer un gran giro entiende: ‘estoy haciendo un giro grande’; o al hacer un giro pequeño entiende: ‘estoy haciendo un giro pequeño’, de la misma manera, monjes, el monje, cuando hace una inhalación larga, entiende: ‘mi inhalación es larga’ … y se entrena así: ‘Voy a exhalar calmando las formaciones corporales’. “De esta manera mora contemplando el cuerpo como cuerpo internamente, o mora contemplando el cuerpo como cuerpo externamente, o mora contemplando el cuerpo como cuerpo de ambas formas: interna y externamente. Mora contemplando la naturaleza del surgimiento en el cuerpo, o mora contemplando la naturaleza del cese en el cuerpo, o mora contemplando ambas cosas: la naturaleza del surgimiento y la naturaleza del cese en el cuerpo. O, estando consciente de que ‘he aquí el cuerpo’, simplemente se establece en él en la medida necesaria para un conocimiento descubierto y la atención consciente. Y mora con independencia, no apegado a nada en el mundo. Es así, monjes, cómo el monje mora contemplando el cuerpo como cuerpo.” Estas son las instrucciones para lograr jhānas. Bueno, las instrucciones dichas por alguien que no se ha enterado bien de qué va esto. Es un batiburrillo de cosas que son reales pero expuestas de forma que el que lo está diciendo no tiene mucha idea de que es esto. Ananda, el inútil. ¿Cómo no? De alguna manera tenía que salir la chapuza por algún lado. Lo que se hace mal, acaba mal. Recordemos el primer concilio cismático promovido por un político perverso y organizado por el desairado Mahakassapa. Su estúpida idea de confiar en la memoria del tipo, muy popular eso si, que demostró su absoluta inutilidad para iluminarse, cuya práctica fue nada, una persona que estuvo al lado del Buddha hora tras hora, año tras año y que ni sabía meditar, para que dicte las instrucciones de la meditación… De ahí vienen tantos millones de inútiles practicantes hijos de Ananda… anda… Y luego dicen que el Buddha no sabía meditar. El que no sabía era el tonto que “recordó” menos más que menos, algo así como eso de arriba. Las instrucciones que vienen en los suttas son la interpretación de un tipo que sabemos que no se había enterado mucho, que no sabía cómo se hacía. Luego, después del primer concilio, eso quedó para que generaciones recordaran este desaguisado y lo transmitieran para que algún desesperado tratara de practicarlo, con el resultado ya conocido. El dhamma surgido del primer concilio no sirve para practicar. Y la práctica es lo que le importa al practicante. Porque la práctica por ella misma conduce a la sabiduría. Si ves, no necesitas a un tonto tratando de contarte, mal, además, lo que estás viendo por ti mismo. Y veremos que no es lo único importante que Ananda no entendía. Eso sí, memoria tenía muchísima para recordar anécdotas, historias y charlas de unos y otros. La inteligencia del tonto se llama memoria. Y Ananda era muy “inteligente”.
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