El Árbol de la Historia (III). Cristianismo
El cristianismo surge debido a una confluencia de diversos factores que se precipitan en un lapso de muy pocos años, los que van desde el 303 EC hasta el 325 EC. Y no podemos decir que exista una causa, sino muchas.
Al inicio del cuarto siglo de la Era Común, el imperio romano acaba de salir de una crisis que casi lo destruye. Y lo hace gracias al talento y las reformas del emperador Diocleciano. Estas reformas cambiaron de forma fundamental la estructura del gobierno imperial y ayudaron a estabilizarlo económica y militarmente, permitiendo que el Imperio perdurase más de cien años más, cuando había estado a punto de colapsarse pocos años antes. Diocleciano se dio cuenta de dos cosas, la primera que era demasiado imperio para ser gobernado por una sola persona y la segunda que era mucho mejor elegir e ir preparando a los futuros emperadores y se fueran relevando.
Diocleciano rompe así con la nefasta costumbre de cambiar de gobierno asesinando al emperador y poniendo a cualquiera al frente, que fue lo que llevó a la crisis al imperio en el siglo III.
Diocleciano divide la administración del Imperio romano en dos mitades, la mitad occidental y la mitad oriental, estando cada una de ellas gobernada por un augusto (Diocleciano en oriente y Maximiano en occidente). Estos, a su vez, contaban con el apoyo de un césar, o emperador junior, con la idea de que heredaran el poder a la muerte de su augusto. Para tal fin, en el año 286 Diocleciano ascendió a su colega militar, Maximiano, hasta el rango de coemperador de las provincias occidentales, mientras que se reservó el gobierno de la parte oriental del imperio, comenzando el proceso que finalmente terminaría con la división del Imperio romano en dos mitades, el Imperio Romano de Occidente y el de Oriente.
Debemos hacer notar que Diocleciano gobierna en Nicomedia, actual Izmit, ciudad de Anatolia a 60 kilómetros de Estambul en una bahía profunda del mar de Mármara. Nicomedia fue la metrópoli de la provincia de Bitinia bajo el Imperio romano, y Diocleciano la convierte en la principal ciudad del Imperio romano de Oriente, adornándola de espectaculares construcciones. Constantino el Grande estableció allí su residencia. Fue centro jurídico y el lugar donde el concilio provincial se reunía para celebrar las ceremonias del culto imperial. Más tarde, durante el siglo IV, Nicomedia fue un lugar clave del arrianismo.
Es importante remarcar que estamos dentro del área de influencia del idioma griego.
Por otra parte, el panorama religioso en el Imperio era un reflejo de la multiculturalidad que representaba tener en sus fronteras a la cuarta parte de la Humanidad de aquel tiempo. La religión oficial del Imperio convivía en espacios comunes, incluso compartiendo lugares de honor, con una enorme variedad de religiones, siendo las de corte oriental las más populares. Entre ellas hay cuatro destacables y fueron el culto frigio a Cibeles, el persa a Mitra, el egipcio e Osiris-Isis (Ast) y Horus y el judío a Yahveh.
La religión judía vivía una fase de gran expansión y popularidad por todo el Mediterráneo, gracias a la Edad de Oro que supuso el siglo tercero en Judea. Esa expansión tuvo su origen en un activo proselitismo. Esta religión tenía además dos características distintivas, la primera era que adoraban a un Dios único, Yahveh, al que Josías hace dios único un milenio antes, un dios abstracto al modo persa, por las ventajas económicas y políticas que le supuso. Lo segundo, era la dificultad en hacerse judío debido a los diversos tabús que mantenían como era la prohibición de comer cerdo o la circuncisión, entre otras. Esto generó alrededor de esta religión la existencia de un numeroso grupo de simpatizantes, los temerosos de Dios, que no habían dado el paso al tener que aceptar lo anterior y, además, renunciar a la idolatría.
El judaísmo estaba muy extendido en el norte de África y en Hispania, de donde surgieron los sefardíes que, hasta la aparición de los jázaros, fueron el grupo étnico más numeroso de los que integraban la religión judía.
El centro del culto de Isis (Ast en egipcio) estaba en Filé, donde la diosa encontró el corazón de su esposo y se construyó un templo dedicado a ella durante la XXX Dinastía. El culto de Isis se difundió desde Alejandría por todo el mundo helenístico después del siglo IV a.C. Apareció en Grecia en combinación con los cultos de Horus, su hijo, y Serapis, el nombre griego de Osiris. El historiador griego Heródoto identificaba a Isis con Deméter, la diosa griega de la tierra, la agricultura y la fertilidad. El culto tripartito de Isis, Horus y Serapis se introdujo después del 86 a.C., en Roma durante el consulado de Lucio Cornelio Sila y llegó a ser uno de los cultos más populares de la religión romana. Llegó a adquirir una mala reputación debido al carácter libertino de algunos de sus ritos sacerdotales, de tal modo que algunos cónsules posteriores hicieron esfuerzos para suprimir o limitar el culto de Isis. El culto desapareció en Roma después de la instauración del cristianismo y los templos egipcios dedicados a Isis que quedaban fueron cerrados a mediados del siglo VI d.C.
El culto de Isis tuvo una influencia considerable sobre el de la Virgen María. Isis también fue el modelo para todas las reinas de Egipto, que eran conocidas como «hija de Dios», «gran esposa del rey» y «la madre de Dios». Las imágenes cristianas coptas heredaron esta concepción de la diosa (Isis), dando origen a representaciones posteriores de María Lactans. Los estudiosos han hecho comparaciones con el culto a Isis a finales de la época romana y el culto a la Virgen María. Después de que la religión cristiana ganó popularidad y comenzó a dispersarse en Europa y luego en Roma, los cristianos convirtieron el santuario de Isis en Egipto en una Iglesia en honor a María, así como de maneras deliberadas tomaron imágenes del mundo pagano y utilizaron estas imágenes. Este fue el resultado de la exposición del cristianismo primitivo al arte egipcio. Numerosos egiptólogos coinciden en que la imagen de Horus niño e Isis ha influido en la iconografía cristiana de la Virgen y el Niño. Los primeros cristianos a veces rendían honores, a las estatuas de Isis amamantando al niño Horus, viendo en ello un rito antiguo y noble acerca como por medio de la mujer (es decir, el principio femenino), se crearon todas las cosas, que finalmente se convirtió en la Madre de Dios.
Si el nacimiento de Jesús se relaciona por sus detalles con el de Horus, su vida adulta, muerte y resurrección parecen extraídos de las andanzas de Osiris.
Más paralelismos: Plutarco (125 – 50 aEC) ya cuenta cómo al dios Osiris lo mataron un viernes y resucitó al tercer día. Los textos de las pirámides también lo corroboran. Tanto a Osiris como a Jesús los traicionaron personas muy cercanas y fueron sendas mujeres, Isis y María Magdalena, las primeras en certificar su regreso a la vida.
El apelativo “chrestos” (bondadoso o amable) fue aplicado a ambos y ambos compartieron el símbolo de la cruz. Y las semejanzas entre el culto a Serapis y el cristianismo, incluyendo el arrepentimiento de los pecados, la confesión, el rito de la inmersión en el agua, la sagrada familia compuesta por Isis, Osiris y Horus, o el hecho de festejar el nacimiento de Horus a finales del mes de diciembre. Estas “coincidencias” ya fueron “descubiertas” en 1600 por el dominico Giordano Bruno que fue quemado en Roma por defender, entre otras cosas, que el verdadero origen de la cruz era faraónico.
El mitraísmo fue una de las religiones más grandes del imperio romano la cual se derivó del dios antiguo persa de luz y sabiduría. El culto a Mitra fue bastante importante en la antigua Roma, especialmente entre los militares. Mitra fue el dios de la guerra, batalla, justicia, fe y contrato. De acuerdo al mitraísmo, Mitra, fue llamado el hijo de dios, el cual nació de una virgen, tuvo discípulos, fue crucificado y se levantó de los muertos al tercer día, expió los pecados de la humanidad y regresó al cielo. Y no solo eso: las mujeres estaban excluidas de los misterios de Mitra. En cuanto a los varones, parece que no se requería una edad mínima para ser admitido, e incluso fueron iniciados varios niños. La lengua utilizada en los rituales era el griego, con algunas fórmulas en persa (seguramente incomprensibles para la mayoría de los fieles), aunque progresivamente se fue introduciendo el latín.
Parece ser que el rito principal de la religión mitraica era un banquete ritual, que pudo tener ciertas similitudes (en su apariencia externa) con la eucaristía del cristianismo. Los alimentos ofrecidos en el banquete eran pan, libaciones con vino y quizás carne de animales sacrificados. En algún momento de la evolución del mitraísmo, se utilizó también el rito del taurobolium o bautismo de los fieles con la sangre de un toro, practicado también por otras religiones orientales.
El 25 de diciembre (coincidiendo aproximadamente con el solsticio de invierno) se conmemoraba el nacimiento de Mitra.
Se califica como religión mistérica o religión de misterio a aquella que intenta transmitir el conocimiento a través de la “experiencia religiosa”. Presenta entonces ciertos misterios que no se plantea explicitar, toda vez que los detalles doctrinales han de conocerse a través de la experiencia iniciática ritual y no mediante la palabra o la razón. Las razones para escoger esta vía pueden ser varias, desde la defensa de la propia comunidad ante represalias de colectivos mayoritarios, protección de intereses personales, la vivencia de pertenecer a una sociedad exclusiva, o simplemente la imposibilidad de explicar racionalmente esos datos relacionados con la religión.
Por lo tanto, más que una religión es un modo de vivir una religión, existiendo a lo largo de la historia de las religiones muchas que pueden encajar en este tipo. El secretismo y exclusivismo de algunas de estas religiones mistéricas conlleva una serie de ritos iniciáticos, y frecuentemente un periodo de preparación y de pruebas, antes de aceptar a un nuevo adepto en la comunidad. Estas ceremonias recibían el nombre de misterios.
En Grecia comenzaron a tener muchos seguidores las religiones mistéricas del Oriente Próximo, como los dioses frigios (Cibeles, Atis, Sabacio, Mitra) o los egipcios (Anubis). Sin embargo, el culto a estas divinidades no muestra características mistéricas en sus lugares de origen, sino que parece adquirir estas características al llegar a Grecia. Algunos autores opinan que el éxito y la expansión de las religiones mistéricas se debían a que la mitología grecorromana clásica no implicaba al individuo en sus creencias, mientras que las religiones mistéricas acogían al creyente, proporcionándole protección y promesa de felicidad.
Las religiones mistéricas se extienden desde Grecia hacia la totalidad del Imperio romano, a pesar de los esfuerzos de varios emperadores por evitarlo, entre los que destacó Augusto. Poco después, con Tiberio, el protagonismo de las religiones mistéricas era una realidad inevitable.
Durante la época imperial romana ocurrió un fenómeno de sincretismo religioso entre los cultos latinos y los de divinidades procedentes de África y Oriente. En Roma, por ejemplo, los misterios eleusinos, cuyo origen se remonta a la Antigua Grecia, fueron introducidos bajo el nombre de misterios de Ceres o de la buena diosa, tomando otros nombres particulares según los lugares en que se celebraban. Asimismo, prosperaron los cultos de Hermes Trismegisto y de Asclepio, con antecedentes egipcios, aunque helenizados.
El término «misterio» deriva del latín mysterium, del griego musterion (por lo general, como el plural musteria μυστήρια), y en este contexto significa «secreto, rito o doctrina». Una persona que siguiese tal «misterio» era un mystes, «uno que se ha iniciado» (de myein, cerrar), una referencia al secreto (el cierre de «los ojos y la boca»), ya que sólo al iniciado se le permitía observar y participar en los rituales. Los misterios son a menudo suplentes de la religión civil, y por eso se habla de cultos mistéricos en lugar de religiones. Se llaman misterios al conjunto de pruebas y ritos que el aspirante debía cumplir para ser aceptado como miembro de derecho de la religión. Los misterios son formas de pedagogía primitiva que parten de la premisa de que el verdadero conocimiento o comprensión es el resultado de la asimilación de la información a través de la totalidad del ser humano. En esta representación mistérica, el iniciado recibe información simultánea de tipo intelectual, emocional y física, al ser el personaje activo de dicho drama. Así, el iniciado se convierte en el dios (o hijo de un dios) o héroe.
Lucio Lactancio
Lucio Cecilio Firmiano Lactancio, el padre del cristianismo y autor de la idea es un norteafricano de origen bereber de habla latina. Fue alumno de Arnobio, quien enseñó en la colonia romana de Sicca Veneria, hoy El Kef en Túnez, una importante ciudad de Numidia, donde una importante comunidad judía estaba establecida allí desde hacía mucho tiempo. La importante peregrinación anual, que reunió a judíos tunecinos y clanes judíos del este de Argelia, ilustró la veneración que fue objeto su sinagoga llamada Al Ghriba, “el solitario”. Sabemos que Lactancio desarrolló un odio cerval hacia los judíos y que conocía perfectamente sus creencias y ritos.
Lactancio empezó con una exitosa carrera pública. A petición del emperador romano Diocleciano, se convirtió en profesor oficial de retórica en Nicomedia; su viaje desde África se describe en su poema Hodoeporicum (ahora perdido). Allí, se asoció en el círculo imperial con el administrador y polemista Sossianus Hierocles y el filósofo Porfirio; y allí conoció a Constantino y a Galerio.
Lactancio era una persona difícil y muy fanática. En cuanto tuvo ocasión trató de malmeter a Dioclaciano contra los judíos. Al rechazarle éste y caer en desgracia, le recupera Constantino que vio en él la ocasión de organizar una religión imperial que estuviera a su servicio, y se lo lleva a las Galias donde residía mientras maquinaba con hacerse con el Imperio de cualquier forma posible.
El emperador Constantino nombró al anciano Lactancio tutor para su hijo Crispo que fue nombrado César (coemperador menor) y condenado a muerte por orden de su padre Constantino.
Eusebio de Cesarea
Llamado el Padre de la historia eclesiástica, entre otras cosas porque se la inventó, Eusebio de Cesarea, nació en Palestina, sobre el 265 y falleció también allí cerca del año 339), fue historiador y favorito del emperador Constantino, a quien conoció en Palestina en el año 296, cuando acompañaba a Diocleciano en una visita a la provincia. No era un líder
nato, ni tampoco un pensador profundo, pero cayó en la gracia del emperador. En el Concilio de Nicea tomó una posición moderada en la controversia con Arrio, y presentó el símbolo (credo) bautismal de Cesarea que acabó por convertirse en la base del Credo de Nicea. Al final del Concilio, Eusebio suscribió sus decretos.
Eusebio intervino en las luchas entre ortodoxos y arrianos. Llevado por su espíritu conciliador, se enfrentó varias veces con Atanasio. Fijó las bases de la cronología hasta el 323 en su crónica y escribió una historia del cristianismo hasta esa fecha. Es autor también de dos obras apologéticas: Preparación evangélica y Demostración evangélica.
Adversario de la “ortodoxia” lactanciana (el segundo Concilio de Nicea le excluyó) y considerado casi como el prototipo del obispo cortesano, Eusebio de Cesarea fue muy apreciado e imitado por su obra histórica y su extensa y multiforme actividad literaria.
Objeto de discusiones relativas a la autenticidad de los documentos contenidos en la obra, es su Vida de Constantino, texto hasta cierto punto completado por los dos opúsculos que integran el Elogio de Constantino, seguramente el panegírico del trigésimo aniversario, y un discurso del mismo Constantino a una asamblea de obispos denominado Oratio ad Sanctorum coetus.
Eusebio trató de dar verosimilitud al personaje que creó junto con Lactancio, para encajarlo en la historia y fuera creíble.
El móvil
El porqué del cristianismo como religión construida por Constantino es así fruto de diversos factores. Primero, la importante expansión del judaísmo por todo el Imperio pero que dejaba al alcance de la nueva religión a una enorme cantidad de simpatizantes, los temerosos de Dios, reticentes a renegar de la carne de cerdo, de la idolatría y de someterse a la circuncisión. Constantino facilitó la conversión de ese grupo añadiendo la prohibición bajo pena de muerte del proselitismo judío que tanto éxito le había dado.
A esto hay que añadir la posible determinación de una revelación divina antes de la batalla, junto con la atractiva apuesta por una divinidad que representa muy bien los intereses de unidad que Constantino quiere promocionar al erigirse como poder absoluto, y la labor que una Iglesia estructurada y con cierta organización jerárquica puede desempeñar a favor de su poder.
Podríamos añadir varios factores más: como la posible docilidad que una religión creada a su medida que obviamente está sometida al poder del Imperio; la idea de una Iglesia universal y no nacional como el judaísmo; la labor social y de preocupación y cuidado por el otro que el credo cristiano persigue y que no impide tener una posición social y económicamente privilegiada.
Esto lo hizo suplantando el papel de distribución de alimentos para épocas de hambrunas de los tribunos a los obispos, así el cristianismo aparecía como el benefactor de los pobres, a la vez que terminaría por perseguir a cualquier otro credo.
Fue por esto que la expansión del cristianismo fue muy rápida por las ciudades del Imperio, que dependían de los almacenes de víveres imperiales y no tanto así en el campo, en los pagos, donde eran autosuficientes. De ahí, el término “pagano” para designar a los no cristianos.
Sea lo que fuese, la maniobra de Constantino y su cristianismo fue definitiva para el futuro de la historia, si bien su religiosidad creemos que hay que entenderla de forma distinta a la idea de conversión que hoy en día tenemos, su apuesta dio unos resultados imprevisibles en la poderosa alianza de una religión monoteísta que satisfacía las necesidades salvíficas del hombre de a pie y del soldado, y que quedaba respaldada por un poder fuerte que podía ayudar a mantener la cohesión y uni