Tomar constancia de la no posesión del propio cuerpo resulta fascinante. Las percepciones se experimentan en la mente solo que indexadas hacia un punto ajeno. El cuerpo se siente como si fuera externo. Colgando una playera en el extremo de los dedos, no se ve diferencia. Ni la camiseta es «mía» ni la mano es «mía» ni el brazo es «mío». Pero es que los ojos que miran tampoco son «míos», nada es «mío». Sin embargo, el impulso inicial de despreciarlo se frena porque el cuerpo es necesario. Hay que cuidarlo, es el que voy teniendo en este intervalo llamado «vida». Esto lleva inmediatamente a empezar en serio a adoptar estilos de vida más saludables, a considerar la salud de ese cuerpo como algo valioso. Es imprescindible para la Iluminación. Sin el cuerpo no sé cómo se podría continuar… Mirando a la mente, retrotrayéndose en sí misma, resulta también la misma sensación. Tampoco es «mía». Parece que están los dos ligados, pero son totalmente independientes. El cuerpo lleva una ruta larguísima de información genética condicionada, que siguió su camino a través de mis hijas, cosa que ni sé, ni controlo. Ese es el efecto kammico en el cuerpo, tanto la genética como, mucho más decisiva, la epigenética. Son bien conocidos los efectos el la descendencia de causas pesadas sucedidas en la vida de los ancestros. Y perduran durante generaciones. Pero si este no es «mi» cuerpo, menos aún son «míos» los cuerpos de «mis» padres o de «mis» abuelos o de «mis» hijas… Pero lo que hice antes de que nacieran está influyendo en su epigenética, activando o desactivando genes. Y lo que hicieron mis antepasados lo estoy actualmente experimentando, en forma de enfermedades y propensiones. La condicionalidad es kamma. En el cuerpo y en la mente. Una forma de cortar esa condicionalidad ciega para el futuro es no tener hijos. Lo que el cuerpo es al hardware, la conciencia lo es al software. Sin ambos funcionando coordinada y simultáneamente no hay vida, no hay actividad. Tener hijos da la oportunidad de ser condicionantes de un montón de nuevo sufrimiento. Al menos, los humanos podríamos ser realmente conscientes de la utilización abusiva que los genes hacen de nosotros, tratando de perpetuarse. Pero ya es tarde. Lo hecho ahí está, y perpetuará este cuerpo «mío» más allá de su extinción física.
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